París, Berlín y Madrid fueron los escenarios del rodaje de 10.000 noches en ninguna parte, título que ha marcado la forma de hacer cine no solo de su realizador, sino también de los directores de fotografía, Migue Amoedo y Ricardo de Gracia; y de su productor Roberto Butragueño. “Antes me mantenía a dos o tres metros de la escena, y  ahora si no estoy muy cerca de los actores me parece que no estoy contando la historia”, desveló De Gracia en un encuentro celebrado en la institución, en el que participaron los cuatro profesionales, en el marco del ciclo ‘Talento ECAM’.

 

Un rodaje a ratos ilegal, tormentoso, plagado de anécdotas y con un equipo mínimo fue la única manera de sacar adelante este “proyecto diferente con un componente artístico muy importante”, como lo describe Butrageño. “No creo que todos los proyectos se puedan plantear así, aquí lo hemos podido hacer porque Ramón tiraba del carro y todos estábamos en la misma línea”, reconoce.

 

Las peripecias del rodaje incluyen grabar sin permisos en el Sena –”descubrimos que una multa por bañarte en el Sena eran 11 euros. Entraba dentro de nuestro presupuesto” – en el metro de París – “desde que empiezas a rodar hasta que te pillan eran seis minutos”– y en plena Gran Vía de Madrid –“con Susi Sánchez entre el tráfico”–, narró Salazar, que cree que este modus operandi conectaba con la propia naturaleza del proyecto.

 

“Hubiera sido un error que alguien intentara hacer las cosas de una forma más convencional”, reconoce, aunque defiende que no es el modo de trabajo deseable para un cineasta. “Lo ideal sería tener la libertad creativa desde todos los términos, pero que estemos arropados para hacerlo a gusto y de forma segura”, reflexionó.

 

La película se rodó a la inversa de cómo suceden los acontecimientos, comenzando por Berlín y terminando en la capital española. “Yo quería que el personaje se fuera liberando poco a poco, así que Andrés fue conociendo el peso dramático de su personaje conforme se iba acercando a Madrid”, explicó.

 

Contar una historia con lo mínimo

 

La experiencia de 10.000 noches en ninguna parte ha marcado igualmente a sus directores de fotografía, Migue Amoedo y Ricardo de Gracia, para los que se puede extraer una lección muy clara de este filme, rodado de forma muy modesta, con 5D y óptica fotográfica. “El que quiere contar una historia lo puede hacer, solo necesita unos amigos y alguien que sepa dirigir y escribir un poquito”,  aseguró Amoedo.

 

Además, “este tercio de película que yo he hecho es lo que más ha cambiado mi forma de ver el cine. Ibas tú solo, a cuerpo descubierto, de una forma muy intuitiva”, confesó. Por su parte, de Gracia relata que fue un proceso similar al de un documental,“ muy poco conectada a la manera más intelectualizada y muy pensada de un director de fotografía muy pensada, sino conectada con lo que  tú sientes y te enfrentas en este momento. Casi como cuando tienes el primer contacto con una cámara de vídeo”.

 

Para 10.000 noches en ninguna parte, Salazar contó con intérpretes con los que ya había trabajado en sus anteriores largometrajes, como Andrés Gertrúdix, Lola Dueñas, Najwa Nimri y Susi Sánchez; y otros noveles, que venían de la escuela de interpretación con los que había experimentado la forma de rodar el filme.

 

Pero si algo consiguió la película fue crear un vínculo entre las personas que participaron en ella. Una conexión entre todo el equipo que el director buscará en sus próximos proyectos. “Sin duda, necesito que se repita. Es imposible contar una historia sin vínculo”, apostilló. 

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