Sólo necesitaba unos instantes para poner en orden mis pensamientos y volver al mundo desde una perspectiva racional… ponían una película que había visto varias veces de niño y siempre me encantaba. Me puse a mirar la pantalla, la película me engancho y pensé… ¿debería dejar de amargarme la vida buscando respuestas que nunca tendré y disfrutar de ella mientras dura”
Woody Allen “Hanna and her sisters”
Por fin han estrenado ese film que tanto esperabas. Compras las entradas digitalmente o en taquilla. En el hall de la sala se huele el ambiente a cine, los posters promocionales llenan las paredes, el olor a palomitas, las pantallas con las películas y el recuento del público, la gente esperando o comentando los films. Caminas por el vestíbulo y ves los rostros colgados en la pared de grandes directores así como carteles míticos que te preparan para la inmersión. Caminas por la sala aun con las luces encendidas, paseas por el patio de butacas, observas su construcción, la inclinación de la sala, los materiales empleados en las paredes y suelos para la absorción del sonido, la ubicación de las luces ambientales, el tamaño de la pantalla y la distancia de la cabina de proyección. Buscas tu butaca entre las filas 7 y 8, las luces se apagan, con la vista cubres todo el ángulo de la pantalla y el proyector empieza a brillar. El sonido Dolby atmos, la relación de contraste entre blancos y negros, el espacio de color, el rango dinámico, la luminosidad y potencia del proyector, el bitrate con el que se ha preparado el Dcp, el formato del film… Todos son factores técnicos que acompañan la historia que comienza. En ese mismo instante el mundo exterior deja de tener importancia, los problemas, las tensiones y preocupaciones flotan y desaparecen en el aire y comienza la magia de las historias. No debes tomar decisiones tan solo sumergirte en el film. Podríamos fantasear un poco y preguntarnos por la capacidad que tiene el cine para esa magia. Remitirnos a las historias que nos contaban en una cueva en la oscuridad de la noche de los tiempos. Para ello debimos poder comunicarnos con un lenguaje más o menos estructurado que aún no sabemos exactamente cuándo se originó y que en recientes estudios data 300.000 y 700.000 años por nuestros predecesores Paleolíticos. Otro referentes prehistórico serían las pinturas rupestres iluminadas por el fuego de una hoguera, las más antiguas en Altamira, la Pasiega y el Castillo (Cantabria, España)], con 36.500 y 40.800 años de antigüedad. El antiguo teatro griego sería otra de las referencias, nació en el siglo V a.c. en honor del dios Dionisio y Apolo. Y a nivel personal y no ya no como especie, a todos de pequeños nos han contado cuentos antes de irnos a dormir. Es posible que actualmente no estemos viviendo una época de cine brillante, pero la magia sigue estando ahí, siempre hay sorpresas para quien no ha perdido la mirada de la infancia. El último de estos encuentros mágicos lo tuve al salir de ver “El reino” de Rodrigo Sorogoyen. Me fue imposible no llamar a mis padres y comentar la película para comparar las reacciones. Hay que agradecer estos momentos tan hermosos, tan especiales, que pueden arreglarte el día.
Hay una escena sensacional en “Hanna and her sisters” de Woody Allen en la que explica esta magia de entrar en un cine y que la vida se arregle por unos momentos. Mickey el protagonista del film esta angustiado por la idea de la muerte, no encuentra consuelo en ninguna religión y quiere suicidarse. El rifle se le dispara accidentalmente y ante el momento vivido sale corriendo a la calle. Después de caminar unas horas, entra en un cine y empieza a ver “Duck Soup” de los hermanos Marx. Allí se relaja y disfruta de la vida viendo las divertidas locuras de sus protagonistas. Su reflexión final es dejar de preocuparse tanto y conectar un poco más con lo que nos hace vibrar.
Entender los ingredientes que deben unirse en conexión contigo para vibrar es como saborear mejor un plato, no olvidemos que sabiduría viene de sabor. Es cierto que no podemos ritualizar lo genuino de la alegría o del gozo, no se pueden hacer matemáticas con la magia, pero si asombrarnos de todos los elementos que confluyen en esta magia y alegrarse por ello. El ingrediente principal siempre será una buena historia y tus ganas de verla. Pero se necesitan otros aspectos que hacen de la experiencia algo único. En un cine bien construido pocas cosas se encuentran puestas al azar. Es una obra de ingeniería. Fijaos en algunos pequeños detalles como la forma de la sala. La forma no puede ser cóncava ya que favorecen la concentración del sonido y suele ser trapezoidal, el grado de inclinación del suelo sobre los 20 grados, la posición de las butacas que debe permitir la correcta visión a todos los espectadores. El ángulo deberá ser de aproximadamente 30º para el espectador más lejano y como máximo de 80 º para el espectador más cercano. La distancia vertical entre dos personas que se encuentren en una fila delante de otra debe ser de mínimo 17 cm. O el sistema de sonido que se encuentra levantado a una altura específica del suelo para asegurar la mejor resonancia. Los cálculos y materiales de la sala para garantizar un correcto sonido y aislarlo del exterior, que no hayan retrasos, ni reverberaciones, ni distorsiones, ni ruidos… Al entrar en una sala de cine solemos olvidarnos de que hay detrás ellas, en realidad todas las cotidianidades de nuestra vida están tejidas de esta interdependencia tan asombrosa. Y volver a mirarlas como niños es una manera de volver a saborear la vida.
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