(El ángel se disfraza)
Año: 2024
Duración: 105 min.
País: España
Dirección y guion: Andrea Jaurrieta
Reparto: Patricia López Arnaiz, Darío Grandinetti, Aina Picarolo, Íñigo Aramburo, Ramón Aguirre, Silvia Pe.
Música: Zeltia Montes
Fotografía: Juli Carné Martorell
BTeam Pictures, Icónica Producciones, Irusoin, Lasai Producciones.
Sinopsis:
Nina vuelve al pueblo donde creció y ocultándose en las sombras de una oscura noche saca una escopeta del bolso y apunta a la figura que se ve a través de una ventana. Las intenciones parecen claras, pero… ¿Cuáles son los motivos? El reencuentro con su lugar de origen, con sus recuerdos del pasado y los diálogos con Blas hacen que se replantee la trama de su siniestra intención.
Crítica: Tras un arranque que despierta buenas expectativas. Después de la presentación de personajes y el misterioso planteamiento inicial con la pretensión de una narrativa en modo de suspense, que no consigue del todo porque utiliza un camino discursivo erróneo de relaciones humanas y de reencuentros con el entorno que nos lleva a la desorientación de toda lógica, ya que Nina se presenta como una desconocida, un personaje furtivo y algo pasmado, en un lugar que, de sobras todo; paisajes y vecinos le son familiares. Así que, por ese falso juego de alargar el misterio, lo que debería ser un desarrollo in crescendo pronto se convierte en un juego de despistes faltos de coherencia que no alcanzan a interesarnos lo suficiente -aunque luego nos lo expliquen- por las posibles razones del imprevisible y extraño comportamiento del personaje principal.
El débil mensaje de fondo se debe a que Andrea Jaurrieta se ha volcado más en destacar lo visual; el aspecto plástico y puesta en escena, implicando en ello la dirección de actores y, creando con ese enfoque un resultado más efectista que efectivo, olvidándose de lo que para mí es más importante: trasmitirnos el proceso emocional del cómo, a un personaje en un momento determinado -se supone que encerrada en sí misma con su dolor- se le dispara esa luz que le hace plantearse fríamente la venganza por un abuso ocurrido hace años, y como, a través de la catarsis de la comunicación con antiguos conocidos, en un retorno al pasado, determinará cuál ha de ser el acto último, antes de abandonar el pueblo.
Así que a pesar de las buenas intenciones, que deslumbran a algunos críticos, la película va perdiendo fuelle en cada siguiente escena. En mis tiempos de profesor activo del medio, no habría pasado de un simple aprobado, salvando, eso sí, una buena fotografía y que los intérpretes se esfuerzen por salvar sus personajes y estén aceptables, aunque no parece ser culpa de ellos, pues por momentos da la impresión de estar desorientados en defender un tono dramático forzado que no convergen con la escena que defienden y sin seguridad para transmitir lo que sentirían los verdaderos personajes en esas situaciones, en las que se entregan a vivir. Me pregunto en que terreno está jugando la película ¿una obra de suspense, un drama psicológico, una venganza, una denuncia, una obra moral de perdón, una simulación del western español?
Podemos creernos que, después de 20 años, de repente se despierte una especie de ofuscada rabieta retardada tan intensa y concentrada de tensión interior, como para matar? Porque en el fondo, la película se puede ver como un hecho realista; como una alegoría al castigo bíblico o, como una llamada a la reflexión y al perdón.
Un tema desarrollado con intensidad que puede satisfacer a muchos pero que analizado en profundidad, ni la sustancia ni el envoltorio que se ha empleado para contarla pueden deslumbrar a nadie mínimamente exigente, pero entretiene y quiere dejar huella de trascendente actualidad respecto del abuso de poder sobre el frágil o el inferior.
Pepe Méndez
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