Todos nosotros, que vivimos y respiramos el cortometraje, sabemos que Clermont-Ferrand es mucho más que un festival. Es un crisol de ideas, un punto de encuentro esencial y un faro que ilumina el camino de este formato cinematográfico. Con una larga trayectoria, el Festival de Cortometrajes de Clermont-Ferrand se erige como un pilar fundamental y, junto a su mercado, constituye una cita ineludible para los profesionales del sector.

Sin embargo, la realidad actual nos confronta con desafíos palpables. La disminución del número de stands en el mercado es evidente, reflejando los retos específicos que enfrenta el festival en un contexto de recursos limitados.

A pesar de estos obstáculos, Clermont-Ferrand sigue siendo un espacio vital, quizás más necesario que nunca. En un mundo cada vez más digital, el contacto físico y el intercambio de ideas cara a cara se vuelven invaluables. Esperamos que la reducción de stands no se deba a que el encuentro digital esté ganando terreno frente al físico, ya que este festival es, en gran medida, el único sitio donde se percibe de manera tangible la existencia de una industria del cortometraje, gracias al excepcional volumen de profesionales presentes.

En cuanto a la selección del festival, su inconfundible sello franco-francés y su compromiso con el cine de temática social son innegables. Reconocemos que se trata de un estilo propio, un hecho que, aunque no es la línea con la que nos identificamos, respetamos por ser parte de su identidad. Del mismo modo, valoramos que se contemple el medio metraje al proyectar obras de más de 40 minutos, aunque no aprobamos que se considere un cortometraje con esa duración.

En resumen, Clermont-Ferrand es un espacio de resistencia, un refugio donde la pasión por el cortometraje se mantiene viva a pesar de las dificultades. Es nuestro punto de encuentro, el lugar donde se generan debates y se forja nuestra voz en el mundo del cine. Y aunque el panorama evolucione, sabemos que su corazón seguirá latiendo con fuerza.