Dirección: Silvia Munt

Guion: Sílvia Munt, Jorge Gil Munárriz

Música: Paula Olaz

Fotografía: Gorka Gómez Andreu

Reparto: Alícia FalcóElena TarratsItziar ItuñoAinhoa SantamaríaMaría CerezuelaNagore CenizoIvan Massagué

Coproducción: España-Francia

Sinopsis: Verano de 1976. Bea, tiene 16 años y se suma a los aires de cambio que recorren el país; colabora con un grupo de mujeres para visibilizar la causa feminista y lograr la aprobación de algunos derechos impensables para algunos, en ese momento.

Crítica:

En España, a finales de los setenta, años inmediatos posteriores a la muerte de Franco, el País empezó a agitarse por todos los rincones, de norte a sur, especialmente los jóvenes comenzaron a manifestar su ansiedad de cambio y transformación y, aunque algunos -básicamente los mayores- eran conscientes de esa necesidad se resistían a sumarse a esa corriente, unos por miedo y otros por comodidad en el ambiente en el que se movían. Hubo zonas o comunidades en las que esa convulsión, llevada por una corriente más radical, impulsaba con más fuerza a los adolescentes y a otros no tan jóvenes, a tomar posiciones mas activas y drásticas que enfrentaba su fuerza y convicciones a la autoridad de los padres, a la moral imperante y, a la política, creándose una especie de descontento con el estatus de autoridad vivido hasta ese momento. Todo eso se manifestaba en una especie de cabreo generalizado, aunque en el entorno familiar se intentaba disimular, a veces con silencios. No, no fueron momentos fáciles para esas generaciones que intentaban posicionarse en su nuevo rol de compromiso social, en un deseo de cambiar todos los hábitos oficiales impuestos hasta ese momento que estaban obligados a acatar como dogma de fe, porque si alguien se atrevía a rebatirlo se convertía en un rebelde inadaptado. Esa ola de rebeldía fue impregnando toda la capa social, y el País entero, adaptándose a esos cambios, aunque no sin oposición y, en ocasiones, con respuestas violentas reaccionarias. No ardía Troya, pero casi.

En esa lucha nadaba nuestro País durante años y en esa atmósfera de rabia se sitúa la película de Silvia Munt,Las buenas compañías”. Ambientada en una de las zonas mas conflictivas del estado, no solo en lo político-social sino también, y básicamente, en la reafirmación de principios y valores de una nueva generación de chicos y chicas con hambre de hacer suyo el futuro que les correspondía.

El film intenta reflejar bien esa atmósfera, el estado de ánimo y la tensión que se respiraba en ese momento en un ambiente generalizado, aunque la historia que nos presenta la directora no lleva una línea argumental de motivaciones claras que nos seduzcan lo suficiente para que nos sintamos arrastrados por la angustia, que parece que sienten los personajes que viven los acontecimientos. Creo que el espectador -al menos yo- necesitaba algo más de justificación a ciertos comportamientos de esos personajes, algo más de épica que insuflara más carnalidad terrenal y cercanía humana. Intuimos que esa tensión que se pretendía dar a la historia queda diluida por lo abstracto en el seguimiento del hilo argumental. La frialdad de relaciones de los personajes principales y su introducción en contextos dispares, donde las miradas solapadas no sabemos si están llenas de perpleja admiración o intención destructiva, crean una especie de romanticismo ambiguo de historia paralela que ralentiza la acción dramática central. Hecho en falta profundizar en las motivaciones que llevan a Bea a despertar a su nueva conciencia, así como la escasa importancia y emotividad mostrada de los encuentros entre ella y esa nueva amiga, Miren, de diferente clase social, que le hace descubrir un nuevo mundo, y se evapora la significación narrativa de sus apariciones y desapariciones entre ambas, desperdiciando así en la narración el valor simbólico de esos encuentros.

No es una película de convivencia templada, aunque tampoco pretende ser amable, poniendo en escena una historia personal dentro de un contexto con horizontes de cambios ásperos, y, en el aspecto más cercano, el descubrimiento del “yo” moral de una adolescente, queda como un aleteo de un pajarillo en sus primeros vuelos buscando una rama donde posarse, sin ser consciente de los peligros que le acechan alrededor, ni la importancia posterior de esos vuelos.

 Tengo la sensación que la directora pretende trasmitir más de lo que en realidad dice la película, es cierto que hay algunas secuencias que pueden ser suficientes para que, aquellos que no se enteraron por ser demasiado jóvenes, o porque no quisieron involucrarse, puedan entender los motivos que engancha a los personajes a esa aventura nueva para ellos y, puedan ampliar la visión histórica de ese tiempo: nuestro pasado reciente.

Escenarios sobrios, de tonos contrastados, de iluminación invernal y pose actoral que quiere ser trascendente. Tanto la jovencísima Alcia Falcó, como Elena Tarrats, están muy aceptables representando sus personajes, pero el que más se luce, a pesar de su corto papel de padre, es Ivan Massagué. Del resto, todos cumplen en su función, aunque ninguno deslumbre en este debut de Silvia Munt en el largometraje. Trasciende, eso sí, es evidente, el valor y esfuerzo de este trabajo en su conjunto.   

Una fotografía recortada de nuestro álbum de recuerdos de la que se respira la atmósfera de quien lo ha vivido.

P. M.