El concepto binge-watching es una expresión inglesa que hace referencia al consumo compulsivo y progresivo de series audiovisuales, generalmente en formato digital y bajo demanda, traducido popularmente al español como maratón de series. Este modo de consumo, impensable en las épocas del broadcasting lineal en televisión, se ha masificado y popularizado con la aparición de Netflix y otras plataformas OTT de video a la carta.

La génesis del término se remonta a la década de los 90, que se utilizó por primera vez para definir la práctica de ver varios capítulos de series de televisión gracias a la distribución de temporadas en colecciones de DVD. Para 2011, un artículo publicado en el diario The Washington Post, titulado «TV shows online transforms a generation’s viewing habits», visibilizó y masificó el concepto refiriéndose al fenómeno del consumo de contenidos audiovisuales sistemáticos y progresivos, principalmente por parte de estudiantes universitarios que consumían en un solo bloque programas de televisión incluso sin contar con un televisor, pues lo hacían en diferentes dispositivos.
El término se consolidó en el imaginario colectivo a partir de 2012, gracias a la amplia oferta de series de servicios como Netflix, Hulu y Prime Video, que desencadenaron el fenómeno de las maratones como una práctica habitual por parte de los usuarios.

¿Es una amenaza el binge-watching para la televisión tradicional?

El consumo de un contenido audiovisual tradicional estaba supeditado a referencias de tiempo y espacio, pues implicaba ya fuera ir a cine a una determina hora o sentarse frente al televisor en un momento específico. Fue bajo esa premisa que crecieron muchas generaciones, corriendo a casa para ver su telenovela o las noticias, sufriendo por perderse la hora de su programa favorito o por llegar tarde al cine. Ya fuera para ver noticias, películas, eventos o series, el almanaque y el reloj eran los tiranos de la programación.

La digitalización del ecosistema audiovisual y la llegada del video a la carta (VOD) ampliaron significativamente las formas en que las personas consumen contenidos audiovisuales, no solo rompiendo la estricta dependencia con el reloj y el espacio físico, sino también con la periodicidad de visualización de un mismo producto. Por primera vez en la historia de la televisión, un seriado ⎯que como su nombre lo explica, está diseñado para verse por episodios⎯ puede disfrutarse de corrido y de forma continua sin tener que esperar a la semana siguiente para acceder a los siguientes capítulos.

El binge-watching encanta y seduce a las audiencias, lo cual en perspectiva es positivo, pues genera fandom (grupos de aficionados que participan activamente en la promoción y desarrollo de un proyecto audiovisual) y fideliza a los espectadores. Sin embargo, este fenómeno se está convirtiendo en un problema que no puede ser ignorado en la industria audiovisual: la producción de una gran serie puede tardar meses, y por esta razón se proyectaba para ser emitida semanalmente, pues esta periodicidad permite mantenerla viva por mucho tiempo en la mente de los consumidores y apelar al deseo de esperar la siguiente parte de la historia.

Pero cuando la audiencia consume en solo una semana todo ese esfuerzo de producción, se rompe el equilibrio originalmente calculado. La serie puede morir muy rápido en la mente del espectador o, en el caso contrario, puede generar en las audiencias ansiedad por el largo tiempo de espera de la siguiente temporada, algo que muchos hemos experimentado cuando quedamos fascinados con una serie que devoramos en una semana y sabemos que debemos esperar hasta dos años para ver la siguiente.

Las grandes productoras de hoy, especialmente las mismas OTT, han puesto en práctica algunas estrategias para disminuir esa ansiedad y mantener la atención y la expectativa de los fans sin agotarlos. Se lanzan capítulos especiales de fin de año, contenidos transmedia pueblan las redes sociales y los elencos de las series exitosas andan por el mundo causando sensación en festivales y shows, aunque la temporada haya terminado hace 10 meses. No obstante, el riesgo de perder audiencia, o peor, de decepcionarla tras una larga espera, sigue siendo el fantasma que amenaza una industria arriesgada.

Mareike Jenner, investigadora de Anglia Ruskin University de Inglaterra, en su artículo académico «Binge-watching: Video-on-demand, quality TV and mainstreaming fandom», sugiere que maratonear una serie es un tipo de “ceremonia” de visualización, asociada con las prácticas de los fanáticos, vinculada al contenido serializado de “culto” y “calidad”. La investigadora sugiere que este comportamiento impacta de forma directa en las estrategias mediante las cuales los proveedores de VOD como Netflix, Hulu, Prime Video o incluso YouTube, se posicionan como una alternativa a la televisión programada, sincronizada y “tradicional”.

La visión de Mareike, como la de otros investigadores en el tema, analiza el binge-watching como un fenómeno alternativo que convive con los modelos tradicionales de consumo audiovisual. Esto, tal y como lo hemos analizado ampliamente en el pasado en los artículos: La evolución del consumo audiovisual, Larga vida a la Televisión y Radiografía del audiovisual conectado, sigue evidenciando que la televisión tradicional es el principal medio de consumo audiovisual y que mantiene un rol primordial en los hábitos de los televidentes.

En el caso de Latinoamérica, de acuerdo con las cifras de la CEPAL, para más de la mitad de los ciudadanos de la región la televisión emitida (broadcast) sigue siendo el único medio para el consumo audiovisual y la principal plataforma de acceso a la sociedad de la información, del conocimiento, del espectáculo y del entretenimiento.
Por lo tanto, las nuevas formas de visualizar y consumir los contenidos deben ser siempre tenidas en cuenta por productores, programadores y agrupadores de contenidos, sobre todo en una época en que el más tradicional de los contenidos pude terminar en el catálogo de una OTT, como es el caso de muchas telenovelas clásicas y series famosas. Pero no es una cuestión de alarma, pues el consumo sincrónico, ese que se hace cada semana o cada día a la hora pactada por el canal, sigue siendo importante y se conjuga de manera armónica con el consumo digital en esta convulsa, pero emocionante, era de la televisión.