El documental dirigido por Fernando León de Aranoa, rodado durante once años que retrata al Sabina que tantos y tantos conocemos.

Narrado por él mismo, a sus 70 años, donde ve la vida de una manera más pausada, más adulta, más melancólica, y desde un punto de vista humilde, reposado. Hace por primera vez una reflexión, y menciona personas, que con los años, han sido para él muy importantes, como han sido su hermano o su padre, el cual, también escribía y al que, según palabras del cantautor, cada vez se parece más cuando se mira al espejo.


Tienen un papel importante los trenes, la libertad, la huida de su pueblo, aquel pueblo que olía a curas, represión, sus miedos, sus preferencias… Menciona también su pueblo natal, hoy en día prácticamente convertido en un parque temático, donde recibe premios por doquier, pero al que aclara, que si a él no lo querían, él tampoco los quiso a ellos. Ahora es el momento de la reconciliación pero dejando las cosas claras.


Hay un momento maravilloso en el largo, donde habla de su relación con Tomás, admirador del torero Carnicerito de Úbeda, al igual que Sabina, serio, constante, riguroso, respetuoso, y que se acerca al toro como nadie.


Vemos a un Sabina totalmente dependiente de Jimena, la mujer que lleva con él dos décadas y media, y con la que se casó hace un par de años. No cabe la menor duda de que sin ella estaría perdido. El refrán vuelve a cobrar su razón de ser.
He echado de menos un agradecimiento a su mano derecha, a su otro él, Pancho Varona e incluso a Antonio García de Diego.
El final con la canción que le ha compuesto Leiva es el punto y aparte, lo que sucederá a partir de ahora.

Mariví Gómez Fabre